La rutina es una rueda, tal como la que simboliza a la Fortuna o como la del hámster que lo hace trotar incesantemente en la jaulita. Mixto de repetición que da seguridad y roca al hombro, así la siento. Me voy desperezando este viernes , muy atenta a que es viernes, porque de ahora en adelante los días van a tener su nombre y sentido característico: aprovechar los sábados, que la última parte del domingo sea preparación para lo que vendrá (y siempre viene el lunes). El despertador, las cenas pautadas, los recorridos fijos, el vestuario ad hoc. No descubro la pólvora con esto que digo. Ni siquiera la sutil combinación que fabrica el agua tibia. Al menos por el momento, mi vida es esta sucesión de rutinas y ventanas que nos permiten irnos por un tiempo para vivir ese otro tiempo entre paréntesis.
Saliendo de la Edad Media, esa rueda de la señora Fortuna (personificada, ella) planteaba la fugacidad de los bienes terrenales por la mutabilidad de la suerte: nunca se sabe hasta dónde girará la rueda, ni dónde caerá nuestra suerte.
Vuelvo a esa vida que se pauta, desde siempre, por el destino, y habitualmente, por los ritmos laborales. Tiranías de calibre variado, pero no menos meritorias de respeto, aunque hoy haya amigas, mellizos y cena deliciosa.
"Oh, Fortuna" edición paleográfica de Carmina Burana, Berlín |
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