miércoles, 30 de mayo de 2012

¡ Attenti al lápiz !




Los lápices naturalmente fueron hechos para ser usados (como todo lo demás).
Un manojo de lápices tienta a seleccionar uno y usarlo.
Durante años me dediqué a comprar un lapicito en cada museo, en cada tienda de souvenires de cada ciudad que pisaba.



A LOS HABITANTES DE ESTA CASA: ¡esta colección de lápices es un adorno y, por lo tanto, no deben ser usados!




domingo, 27 de mayo de 2012

Viajar cansa






Ya lo había dicho tan bien Pavese: lavorare stanca (trabajar cansa, en un castellano que queda mucho más pálido). Viajar cansa. No digo que sea desagradable, sino que nos deja agotadas desde los músculos hasta el alma.

Hace muy poco regresamos de Rusia: las noches blancas de San Petersburgo y la primavera de Moscú nos subieron el nivel de manía. Sol hasta las 11 de la noche, todo por ver, todo por fotografiar, agotamiento por leer en alfabeto cirílico, tensión por tratar de guarda en cada ojo lo que vemos. Cientos de tulipanes, todo el mejor art nouveau que prodría estar por Bruselas o Viena, canales que no envidian los de Amsterdam, kilómetros de mosaicos que cubren las catedrales (¡las catedrales! que son un tema aparte porque parecen más sacadas de la cabeza de un escenógrafo que parte de una ciudad).

Después de haber jugado de niña al Tetris, me quedé con la boca abierta al ver las cúpulas de San Basilio en Moscú. Y seguí con la boca abierta porque todavía quedaba mucho por ver. Fuimos desde el cuerpo embalsamado de Lenin hasta el Bolshoi, pasando por un Barbero de Sevilla increíble (ambientado bajo la nieve de un Moscú de los años 40), murallas, monasterios, muchos almuerzos al paso frente al Neva o el Moska, alguna siesta en la playa disfrutando del sol como lagartas. 

Llega un punto en que el cuerpo duele por pasar 14 horas diarias caminando. También se siente el cansancio por intentar recordar (para siempre) el exacto espectáculo de los puentes de cierto barrio donde vivió Dostoievski o el Kremlin a la caída del sol. Recuerdo haberme dado vuelta tantas veces en el ansia de guardarme un San Basilio en la resolana de las 10 de la noche. Es estar en el momento y, al mismo tiempo tratar de guardarlo en el futuro del siempre. Cada sobre de azúcar  que usamos displicentes, es que luego recordamos como el souvenir ideal de viaje. De la misma forma en que fuimos a ver ballet hechas unas crotas por no volver al hotel y cumplir con la imperiosa necesidad de tragarnos con los ojos la colección de siglo XIX del museo Pushkin. Ahora me lamento de no haberme comprado el catálogo, cosa impensable en ese momento, tan metida en esa realidad ficticia y rusa en la que me sentía como pez en el agua (en esa negligencia de vuelvo la semana que viene)

Volvimos desorientadas por el cambio de horarios  y con gorros de cosacos para los niños y un Cheburashka que se convirtió en la nueva mascota familiar